domingo, 27 de abril de 2014

Extraña música



A todos los chicos nos agradaba el sonido que emitían los mármoles blancos que separaban los mingitorios de nuestra escuela primaria.
Esas piezas, que en sus orígenes habrían sido de un mármol blanco y que, debido al uso cotidiano y el paso del tiempo, se había decolorado hacia tonalidades más amarillentas, sonaban musicalmente cuando con nuestras pequeñas manos los golpeábamos de lado y los hacíamos vibrar.
Estos divisorios rectangulares se hallaban empotrados en una sola de sus caras, en una pared de friso de cemento, una superficie donde caía incesantemente un flujo de agua corriente (proveniente de los orificios de una cañería horizontal) que —supuestamente— se encargaba de mantener limpio el lugar.
Cuando teníamos el tiempo suficiente (y estábamos sin la presencia de maestros o de autoridades de la escuela cerca) una cita obligada consistía dar una carrera de punta a punta del baño, mientras golpeábamos sucesivamente cada mármol divisorio. Sonaban de  maravilla.
Más tarde, en algunos colegios secundarios, tuve la oportunidad de ver que varios de estos divisorios habían sido destruidos, quizás a manos de algún desaforado que los golpeó en sus bordes, más fuerte de lo debido, o los pateó hasta partirlos.
No hay caso, durante la adolescencia no se aprecia la buena música.