Hoy a la mañana, sonó el
teléfono de casa, trajo malas noticias: falleció Pedro Gonzaletti.
Me llamó Pepe Fantagasi, uno de
los muchachos de la oficina quien, junto a Pedro, aun no ha alcanzado la
jubilación.
Recuerdo que me dijo:
- Se nos fue Pedrito, macho. Lo velan en Canalejas 7769, primer piso. Se lo llevan a las cuatro, apurate.
- Se nos fue Pedrito, macho. Lo velan en Canalejas 7769, primer piso. Se lo llevan a las cuatro, apurate.
- Gonzaletti, el bonachón de
Gonzaletti…
Tipo callado, tímido; pero que se
prendía siempre al grupo de los jodones. De risa contagiosa, festejaba las
ocurrencias más insólitas; si hasta hacía que viéramos al amargo de García como
un gracioso consumado…
Y así, con una gran tristeza en
mi alma, llego a la puerta de la casa velatoria, me dirijo al primer piso por
la escalera y entro a la sala.
Está llena de desconocidos. Sin
dudas, familiares y amigos diversos de Pedro. A su mujer, la habré visto por
última vez hará quince, veinte años…
Está muy avejentada, gorda y
teñida de rubio. Se esconde tras unos anteojos negros enormes. Me parece que no
me reconoció. Pobre.
Para juntar coraje y poder ver a
mi amigo sin descontrolarme, trato de ambientarme.
Alguien ofrece una copita de
anís, la acepto y me acerco a un grupo, que habla por lo bajo. Quizás me cuenten
cómo fue.
Un gordo setentón, pelado y con
mostachos dice:
- ¡Qué barbaridad!, ¡vean qué
modo de partir!
- Se veía venir, Doctor Donati,
lo perdió uno de sus vicios. - Dijo un dientudo, de ojos diminutos y vestido
con un traje cruzado.
Al escuchar esa palabra, una
sensación de maliciosa curiosidad recorrió mi cuerpo: ¿qué vicios? Yo no le
conocía ninguno. Por caso, al pobre Gonzaletti nunca lo vi fumar...
- Clago. Guecuguentemente, se
tomaba sus copitas de ginebga. - Acotó un petiso gangoso.
- Y mejor no hablar de su conocida
ludopatía. Es imposible saber cuántas veces se jugó el sueldo y lo perdió. –
agregó el castor.
- ¡Qué imprudencia! – Se indignó
el doctor.
Y es ahora que abre la boca un
morocho, para decir su primer bocadillo:
- Según la declaración del
travesti, que estaba con él, se quedó muerto, como dormido…
- Incrédulo, salí a fumar un
cigarrillo, mientras resonaba dentro de mi cabeza:
Gonzaletti, el bonachón de
Gonzaletti…
En la puerta, fumaba Pepe Fantagasi,
estaba con sus ojos brillosos. Emocionado, me dice:
- ¡Qué desgracia, macho!,
¡pobrecita la mujer y los pibes, che!
– Y, no es para menos.
- ¡Morir de esa manera!
– Terrible.
- ¿Cómo no se cuidó al enchufarlo?
Era algo que hacía siempre…
- ¿En serio?
– Pero, ¡si lo hacemos todos!
– No, yo ni en pedo.
- ¡Dale, boludo!, a vos, ¿quién
te va a cambiar las lamparitas quemadas?
- ¿Eh?
- Por culpa de ese velador de
mierda, en cortocircuito, lo perdimos a Gonzaletti.
- Perdón, ¿en qué piso lo velan?
– En el primero, como te dije, al
fondo.