lunes, 28 de octubre de 2013

Virtuosos

Con relativa facilidad reconocemos a unos pocos triunfadores, personas que demuestran sus extraordinarios dones y son coronados por el éxito; sin embargo, la historia de la humanidad abunda en personas que, pese a estar dotadas de capacidades maravillosas, no pudieron hacer valer esas habilidades.
Innumerables artistas, guerreros, pensadores, creadores de todo tipo, tuvieron que enfrentarse a mediocres poderosos, que comandaban (o al menos así parecía) la organización social que los cobijaba.
Entre ellos, algunos tuvieron que ser obsecuentes ante estos personajes encaramados, a solo objeto de poder alcanzar alguna realización notable, fruto de su creación.
Otros (estimo que la gran mayoría) desaparecieron sin dejar el más mínimo testimonio, o rastro de su existencia.
Debo aceptar que también habrá existido alguno que, lamentablemente, se extinguió en los primeros estadios de su genialidad, intrínseca en él, ante un entorno que no le dejó desarrollar su potencial; por lo general, debido a un contexto que favorecía a otras personas menos capaces, aunque mejor relacionadas que él.
Al fin y al cabo, de eso se trata tener el poder.

lunes, 14 de octubre de 2013

El Gordo


Se caracterizaba por poseer un buen humor a tiempo completo; su simpatía se enmarcaba en las agradables facciones de su rostro, que se iluminaba al sonreír.
Cuando lo conocí, a mi llegada a San Pedro de Jujuy, este hombre rondaría los cuarenta años de edad; su estatura sería de algo así como de un metro con setenta centímetros y su buen humor imposible de cuantificar. También resultaba imposible saber cuál era su peso, obviamente excesivo, pues padecía obesidad mórbida.
Siempre relataba alguna de sus experiencias de vida con un dejo de humor y una exageración no disimulada; esas inverosímiles aventuras daban la oportunidad para que todos tuviéramos siempre una sonrisa a flor de labios.
Quienes compartíamos con él nuestras jornadas cotidianas de trabajo presumíamos que no era muy saludable que tuviera semejante sobrepeso; además, el hecho de trabajar como camionero no le ayudaba a controlar su peso. Por otra parte, la juventud del “Gordo” le confería cierta agilidad y gracia a sus desplazamientos, lo que no daba lugar a presuponer que pasara nada malo.
Tras un par de años de mi traslado a Buenos Aires, un día me crucé con él en las puertas de mis oficinas. Me comentó que había comenzado a tener problemas de salud y que le habían aparecido cálculos renales. Lógico: como no se cuidaba en las comidas, el ácido úrico elevado había generado la creación de tales piedras, pensé.
Comenzó entonces su peregrinaje por distintos sanatorios de la ciudad, en un tratamiento para eliminar la presencia de tan molestos cálculos; según me comentó él mismo, al verlo una segunda vez.
Me enteré que los pícaros compañeros de trabajos de San Pedro, ante la prolongada ausencia del Gordo a su trabajo, en uso de licencia por enfermedad, bromeaban con que se daba un paseo turístico gratuito por la capital del país. Decían que el Gordo “era el único que le había sacado jugo a una piedra”.
No volvimos a encontrarnos.
Al tiempo me enteré que nos había dejado para siempre. Me pareció increíble y muy triste.
Nunca más subestimé a la obesidad, esa cruel  enfermedad.