martes, 28 de mayo de 2013

Mama

Dichosos aquellos que tuvimos la oportunidad de ser amamantados. Hemos recibido amor y alimento directamente de nuestras  madres.
Infinidad de niños han perdido esa experiencia, pues su madre ha sido reemplazada –sin más- por una corporación que produce alimentos masivos, pretendidamente superiores.
Curiosamente, en tiempos de dietas controladas, donde se ingieren productos súper desarrollados, a decir de pediatras y otros profesionales de la medicina rentada,  casi todas mujeres producen leche materna de baja calidad, lo que las obliga a complementar la alimentación de su bebé con productos en polvo, para ser diluidos en agua.
Por ello, no debería sorprendernos que el acto de entrega materna, que cobija y alimenta al bebé -mientras lo mira con ternura-, se reemplace por el de abandonarlo con un frasco lleno de algo, que debería ser mejor que la leche materna…
Y que el sencillo acto de amamantar, que no requiere mayor prolegómenos, sea reemplazado por el de preparación de biberones, con las molestias y riesgos del caso: quemaduras, temperatura del fluido inapropiada, infecciones…
Tengo mis dudas acerca de que, aquella madre que no amamantó, se sienta tan conectada afectivamente a sus hijos como aquella otra que si lo hizo. Es obvio que algo se perdió en esa relación.
Aquella que aduce no haberlo llevado a cabo por cuestiones estéticas, significa que valorizó más a quienes la observan: envidiosas y lascivos, que a las necesidades de su propio vástago.
Por supuesto, aquellas mujeres que no pudieron o dejaron de producir el alimento vital, son otra cosa diferente: no tienen otra opción que buscar fuentes alternativas.
Al menos tendría sentido no amamantar en el caso de que el crío pudiera terminar por mamar siliconas, cuando dichos órganos quedaron reducidos al rol de adorno.
El objetivo es claro: insertos en la sociedad de consumo ni bien se nace.

martes, 21 de mayo de 2013

Hablemos de amor


Todos acordamos en que es lo más importante de nuestra existencia; sin él, la vida sería un tormento.
No pretendo descubrir nada que no se haya dicho ya de este sentimiento tan elevado: hay quienes han profundizado en sus orígenes psicológicos, incluso han planteado teorías al respecto; mi intención es homenajear su vigencia y sus benéficos efectos.
Entiendo que hay diferentes grados de amor: el amor a la vida, a la naturaleza, a las deidades, a los amigos, a los familiares, a la pareja. El amor está presente tanto en una parejita acaramelada, como también en un rescatista, que arriesga su vida por desconocidos.
Es muy fácil amar, no se requiere pedir nada a cambio. El recibir un pequeñísimo reconocimiento, puede ser suficiente para ser feliz, incluso el solo ver la dicha presente en el ser amado puede dar tal satisfacción.
Contrariamente a lo que podríamos suponer, el amor religioso es bidireccional: el creyente ama a su Dios -o Líder Espiritual- y recibe a cambio contención y sabiduría, que le colman de dicha el alma.
El odio, en tanto lo opuesto al amor, no da beneficio alguno a quien lo practica. Es un modo improductivo de ocupar la mente, que enceguece e impide disfrutar la vida.
No confundir un momento de placer con lo que es el amor; en éste, es necesario que hayan -al menos- dos roles: el que ama y el que es amado; cuando es recíproco, es maravilloso. Por el contrario, el placer es unipersonal: de y para uno mismo, así se involucren dos -o más- personas. Mucho me temo que este equívoco es lo que predomina hoy en día.
El amor es un sentir atemporal: una vez que se registra dentro de nuestro ser, pervivirá a través del tiempo, aun cuando dejase de existir aquello que le dio origen; el amor que se tenía a una mascota de la niñez, a un juguete adorado, a una maestra de la escuela, a quien dimos el primer beso, o a quien dijimos el primer “te quiero”, vivirán por siempre, inalterables en la memoria.
Por desgracia, suele ser restringido, exclusivo; no se permite generalizarlo. Ese egoísmo se manifiesta como celos y envidias, deformaciones de la virtud del amor.
Se da en plenitud durante la niñez; acaso se mantenga así, puro, en los inocentes. Esto nos indicaría cuál debiera ser nuestra actitud ante la vida y el sentimiento hacia nuestros semejantes.
De nosotros depende usufructuar de sus beneficios; solo se requiere difundirlo.

sábado, 11 de mayo de 2013

El progreso


Las inmensidades de los espacios vacíos, la desaparición de aquellos barriales que se formaban en los días posteriores a las lluvias, la falta de una buena iluminación pública, la indeseable presencia, en quellas noches calurosas del verano porteño, de los mosquitos, las cotorritas y los cascarudos; el tener que padecer por la falta de transportes adecuados (siempre incómodos y a horarios imprevisibles); la inexistencia de calefacción apropiada en las casas y lugares de trabajo o de estudio; más la carencia de calefones y el agua caliente en las viviendas; la dificultad en la comunicación a distancia, al no haber suficientes teléfonos, y por ello, la incógnita sobre saber que les podría estar sucediendo a seres queridos y lejanos.
Todo eso lo solucionó la llegada del progreso.
Paradójicamente, su arribo también nos trajo la nostalgia por aquellos tiempos en que la vida era más cansina, cuando cada jornada se la pasaba en la compañía de amigos y familias numerosas. También desaparecieron aquellos alimentos básicos y de buena calidad, que estaban al alcance hasta de los bolsillos más flacos.
Hoy todos nos hallamos encerrados, en cuerpo y mente, ante nuestros problemas cotidianos y en nuestros cubículos, pues el espacio público es inseguro.
Nuestras viviendas son, por otra parte, diminutas y horrendas, casi palomares; se convirtieron en bienes carísimos, tanto para adquirir como para solventar sus gastos.
Nuestro contacto con los demás se extendió, pero degradado: todo es a través de internet.
En fin, nada es gratis.

miércoles, 1 de mayo de 2013

Criaturita de Dios


Criaturita de Dios, que llegaste sin invitación, te adoramos con fruición y te damos cariño.
¿Qué será de ti?
Tu madre apenas se da cuenta de tus necesidades, mientras recorre aun su tierna juventud sin objetivos. Para ella, solo se trata de sobrevivir en desventaja. Encima, actúa de forma errada.
Tus abuelos te dan aquello otro que te falta: amor, dedicación, contención… tiempo.
Vives en un mundo desnaturalizado: ingieres leche industrializada, comida industrializada, bebida industrializada, remedios de laboratorios, vistes ropa industrializada; nadie conoce bien de qué están hechos cada uno de ellos.
Respiras humo. Quizá nunca pises un bosque…
¿Qué será de ti?
Te espera el arduo camino del aprendizaje extremo, sin garantías de escapar de la pobreza, que acecha cada vez más.
Acurrucada en un rinconcito de nuestro corazón, la Fe nos dice que podría darse el milagro y que el mundo cambie para mejor…
Tu dulce e inocente mirada nos desarma; ¿cómo seguirá tu vida, cuando ya no estemos los últimos sobrevivientes de aquel tiempo mejor?